¡No
estamos invitados!
Nos los
cruzamos los sábados de primavera. Cuando hace buen tiempo, decimos: «Tienen
suerte.» Pero es una suerte aún mayor no participar en la boda. No hay nada
peor que la felicidad obligada. Todo el mundo estirado, bien acicalado, reunido en
pequeños e incómodos grupos sonrientes en la explanada del ayuntamiento o la
plaza de la iglesia. La conversación no arranca, puesto que esperamos a los
novios, con una concentración tan intensa que su aparición llega a amordazar
los comentarios entusiastas. Tras la ceremonia encontramos el alivio de coger
los coches. Al menos algo de movimiento, una bocanada de aire. Los hombres se
precipitan en un impulso que da apariencia de agilidad al puerto almidonado de
sus trajes de chaqueta. «¿Te llevamos, Christiane?». Las mujeres se llevan la
mano a la pamela. En el habitáculo cerrado podremos por fin desahogarnos a base
de golpes de claxon. ¿Está lejos? No, unos pocos kilómetros, hay unos jardines al
borde de un estanque. Vinieron el jueves a hacerse las fotos.
Después,
ahí están las mesitas redondas y, una vez que encontramos nuestro nombre, la
inquietud de pensar en el grado de compromiso al leer los nombres vecinos. Eso,
cuando no somos más que amigos o con la familia lejana. En ese caso, nos tocará
exclamar qué bonito, qué bueno está y qué guapos están a cada momento, como
prolegómeno de una conversación artificial y agotadora, teniendo en cuenta que,
sin duda no volveremos a ver nunca a esta gente y que es preciso deshacernos en
asentimientos, solo por una vez.
Sin
embargo, es mucho peor cuando uno se encuentra en el centro de la diana. Los recién
casados nunca saben si todo el mundo está satisfecho, qué quiere tu madre, si
piensa que es el momento de levantarse para hacer la ronda por las mesas. Antes
o después tienen lugar tensas disputas entre las familias, ya sea por el vino o
por el crujiente de foie. El vídeo montaje con recuerdos de la etapa universitaria
conmemora ampliamente el círculo de Hélène, mientras que apenas esboza el de
Christophe, que casi ni aparece. Después del montaje, la música suscita
comentarios agridulces, pero eso es cuando ya no nos queda casi nada más que
decirnos; ahora empieza una especie de 4 x 4 o maratón de pasarlo en grande, de
esos dos lo están dando todo.
Siempre
ocurre lo mismo. Qué buen día hace. Es fantástico, no estamos invitados.
Traducción de fragmento de "Le trottoir au soleil", de Vincent Delerm
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