Puedo darles
de cenar
En el
extremo sur del departamento del Puy-de-Dôme, un pueblecito. Dore-l’Église. El
pórtico románico, muy bajo, muy redondeado, es conocido, pero nadie teme sufrir
las molestias del turismo, ni siquiera en pleno mes de agosto. Llegamos al caer
la tarde, damos un largo paseo por los campos que rodean la aldea. El sol
empieza a caer cuando volvemos al coche. Hay un café con una pequeña terraza.
No podemos resistirnos a la tentación de sentarnos. No hay más clientela. Como
nadie sale a tomarnos la nota, nos levantamos y justo en ese momento, una mujer
de cierta edad abre la puerta y se aproxima. Sin prisa, faltaría más, pero una
botella pequeña de agua y un tercio de cerveza. Un comentario sobre el calor,
sin más pretensiones, por educación recíproca y para ganarse el derecho de
quedarse un buen rato. Sin gran novedad ni sorpresa, rápidamente surge una
particular complacencia por acomodarse en el silencio. Es la luz, coloreada de
miel soñolienta, que lo impregna todo. Los campos circundantes, de matices que
se van fundiendo poco a poco, como si cada uno de ellos enfrentase un deseo de
singularidad que pronto se adormece. Y sobre todo, la iglesia, la iglesia de
oro, un oro mate que penetra con absoluta calma en la piedra en el ocaso. El
pórtico se destaca, profuso de dulzura y candidez. La unidad de la luz subraya
su redonda perfección. Parece flotar, suspendido, y ganar relieve, curiosamente
en proporción inversa a su falta de ostentación.
La luz
también está en ti. Cada segundo que pasa te clava aún más en este milagro. Una
tarde de verano. ¿Cómo marcharse? Ningún cartel, ningún menú en los cristales
de la cafetería. Y sin embargo, cuando la patrona viene a recoger los vasos, te
atreves a tentar una ínfima suerte con esta pregunta que planteas en un tono
que de antemano suena a negación, como para conjurar la probable respuesta:
«¿No sirven comidas?» La mujer no responde de inmediato y el astil de la
balanza oscila entre el reparo y la posibilidad. Y entonces: «Puedo darles de cenar.»
En realidad, no ha respondido. No sirve comidas, pero puede darnos de cenar, un
magnífico menú en el que todo estará bueno, porque no habrá donde elegir.
Cenarás a pequeños bocados de sereno asombro —Un salchichón excelente… ¿Te has
fijado en qué buen trozo de queso?—. No habrías abandonado esa mesa redonda, algo
oxidada. El pórtico va a arder en llamas, adquiriendo una tonalidad coral a la
hora del café. Dore-l’Église. Pueden darte de cenar.
Traducción de fragmento de "Le trottoir au soleil", de Philippe Delerm
No hay comentarios:
Publicar un comentario