viernes, 20 de marzo de 2020

Le trottoir au soleil - Puedo darles de cenar



Puedo darles de cenar


En el extremo sur del departamento del Puy-de-Dôme, un pueblecito. Dore-l’Église. El pórtico románico, muy bajo, muy redondeado, es conocido, pero nadie teme sufrir las molestias del turismo, ni siquiera en pleno mes de agosto. Llegamos al caer la tarde, damos un largo paseo por los campos que rodean la aldea. El sol empieza a caer cuando volvemos al coche. Hay un café con una pequeña terraza. No podemos resistirnos a la tentación de sentarnos. No hay más clientela. Como nadie sale a tomarnos la nota, nos levantamos y justo en ese momento, una mujer de cierta edad abre la puerta y se aproxima. Sin prisa, faltaría más, pero una botella pequeña de agua y un tercio de cerveza. Un comentario sobre el calor, sin más pretensiones, por educación recíproca y para ganarse el derecho de quedarse un buen rato. Sin gran novedad ni sorpresa, rápidamente surge una particular complacencia por acomodarse en el silencio. Es la luz, coloreada de miel soñolienta, que lo impregna todo. Los campos circundantes, de matices que se van fundiendo poco a poco, como si cada uno de ellos enfrentase un deseo de singularidad que pronto se adormece. Y sobre todo, la iglesia, la iglesia de oro, un oro mate que penetra con absoluta calma en la piedra en el ocaso. El pórtico se destaca, profuso de dulzura y candidez. La unidad de la luz subraya su redonda perfección. Parece flotar, suspendido, y ganar relieve, curiosamente en proporción inversa a su falta de ostentación.

La luz también está en ti. Cada segundo que pasa te clava aún más en este milagro. Una tarde de verano. ¿Cómo marcharse? Ningún cartel, ningún menú en los cristales de la cafetería. Y sin embargo, cuando la patrona viene a recoger los vasos, te atreves a tentar una ínfima suerte con esta pregunta que planteas en un tono que de antemano suena a negación, como para conjurar la probable respuesta: «¿No sirven comidas?» La mujer no responde de inmediato y el astil de la balanza oscila entre el reparo y la posibilidad. Y entonces: «Puedo darles de cenar.» En realidad, no ha respondido. No sirve comidas, pero puede darnos de cenar, un magnífico menú en el que todo estará bueno, porque no habrá donde elegir. Cenarás a pequeños bocados de sereno asombro —Un salchichón excelente… ¿Te has fijado en qué buen trozo de queso?—. No habrías abandonado esa mesa redonda, algo oxidada. El pórtico va a arder en llamas, adquiriendo una tonalidad coral a la hora del café. Dore-l’Église. Pueden darte de cenar.



Traducción de fragmento de "Le trottoir au soleil", de Philippe Delerm



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