martes, 25 de abril de 2017

De las conversaciones robadas

(1)

Es una calurosa mañana de verano de mediados de julio. Para huir del sofocante calor de la capital, nos hemos escapado a unas piscinas naturales en la sierra. Por supuesto, no somos los únicos que han tenido la misma idea y la orilla del río está salpicada de toallas, neveras de playa y niños correteando. Tumbada bajo la sombra de unos árboles, intento dormir la digestión del bocadillo.

A unos metros a mi derecha se ha instalado un grupo de amigos de mediana edad con sus hijos. Llevan la casa a cuestas, mesas, sillas, radios portátiles y todo tipo de juguetes hinchables, y charlan animadamente. La conversación de dos mujeres llega hasta mis adormilados oídos…

— Y eso, que ahí andaba yo intentando darle la teta y el puñetero niño que nada, que no quería comer. Así que le dije, pues no te preocupes, majo, que si tú no la quieres, ¡seguro que ya se la come tu padre cuando llegue!

Las dos rompen a reír y, por supuesto, yo también, aunque mentalmente. Ha tenido todo el arte, sí señor.


(2)

Diciembre, hace un frío de tres pares; es uno de esos días en los que el invierno granaíno saca toda su mala follá y dice aquí estoy yo. Avanzo deprisa por la calle Molinos, con los hombros encogidos y la cara medio sepultada entre la bufanda y el gorro. A la altura de la plaza del Realejo sobrepaso un grupo de tres hombres. Dos de ellos, de aspecto elegante, visten abrigos de paño bajo los que entreveo sendos trajes de chaqueta, probablemente confeccionados a medida. Pelo engominado y sus complementos correspondientes: maletín, zapatos caros, toda la parafernalia. Junto a ellos, el tercero en discordia tiene un aspecto más campechano, vaqueros y chaquetón; su lenguaje corporal me incita a pensar que se siente un poco amilanado ante los dos ejecutivos.

— Entonces, tú puedes ayudarme a joder bien a una mujer, ¿no? — y los dos engominados se echan a reír.
— Pues, a decir verdad, es algo que no responde a mis principios éticos… — a pesar de su postura en cierto modo sumisa, el de los vaqueros me sorprende positivamente.

Menos mal que me ha dado tiempo de escuchar la respuesta del abogado antes de seguir calle abajo, porque incluso me he vuelto hacia ellos con un amago de insulto en los labios. Si todos tuviésemos tan claro que a menudo es precisamente la gentuza la que viste de traje…


(3)

Sábado por la mañana. Primavera. Estoy de visita en casa de mi abuela y hemos salido temprano a la calle: tenía ganas de invitarme a desayunar. Subimos caminando por la avenida de Granada hasta llegar a la calle Navas de Tolosa. Allí está la famosa cafetería Colón, en la que solíamos ir a merendar chocolate con churros cuando era pequeña. Sin embargo, esa mañana no quiero chocolate con churros, prefiero unas tostadas con aceite y tomate, y mi abuela, también. Mientras esperamos, oímos a las mujeres de la mesa de al lado.

— Camarero, disculpe. ¿No podría traernos una aceitera? ¡Con este paquetito no tenemos ni para empezar! — se refiere a las porciones de aceite individuales que han empezado a servir a raíz de la prohibición de utilizar aceiteras en los establecimientos hosteleros.
— Lo siento, señora, ahora se sirven así. Si quiere otro se lo puedo traer, pero tendrá que pagar un suplemento de diez céntimos.

Las señoras comienzan a quejarse, ahora sí, en serio, pero ya no puedo oírlas, pues mi abuela se ha unido a sus críticas y está contándome lo increíble que es que en un sitio como Jaén pretendan cobrarte más por ponerle aceite a las tostadas. Porque a quién se le ocurre que con ese cacharrito alguien pueda hacerse una tostada de aceite en condiciones. ¡En Jaén! Por supuesto, esto le ha traído a la mente varias anécdotas que, tras decidir buscar otro bar antes de llegar a pedir, me cuenta animadamente mientras me coge del brazo. El sol empieza a calentar y yo estoy encantada.


(4)

Vacaciones de Semana Santa. Como a tantos otros españoles se nos ha ocurrido viajar a Londres aprovechando las ofertas de Ryanair. Hoy toca Museo de Historia Natural y mi madre, mi hermano y yo recorremos sus salas como colegiales emocionados. Nos hemos pasado media mañana estudiando la historia de los homínidos y su evolución hasta el ser humano moderno, y la otra media, la evolución y extinción de los dinosaurios.

Después del bocata reglamentario a nuestro mediodía español (las tres de la tarde), entramos a la galería de las aves, una sección que, por motivos emocionales, me interesa especialmente. Hago algunas fotos e intento memorizar un par de datos curiosos que, a pesar de todo, ya he olvidado. Me detengo embelesada ante una vitrina llena de colibríes disecados. Probablemente haya más de un centenar. Están representados en pleno vuelo, suspendidos entre un atrezo de ramas, con su plumaje de brillantes colores y las alas desplegadas. En esas estoy, intentando contar a simple vista las especies que puedo distinguir (por sus colores y su forma, no se vayan ustedes a pensar, no soy ninguna experta en colibríes), cuando se acerca otro par de españoles. Una chica adolescente señala la vitrina, exclamando:

— ¡Fíjate en esto!

El hombre que la acompaña y que me atrevería a decir que es su padre, se para a su lado. Mira la vitrina con gesto analítico, lo piensa un poco y dictamina:

— ¡Pájaros!

Desde luego, a este señor no se le escapa una.


(5)

En esta ocasión estamos en otoño y, una vez más, camino apresurada por los pasillos de la estación de Atocha. Nada extraño, es una época en la que voy siempre con prisas y nunca tengo tiempo para nada. Salvo para trabajar. Una vez en el andén, me abro paso entre los cansados viajeros que esperan con hastío ese último tren del día que los llevará de regreso a casa. Calculo la altura apropiada y me preparo para ser una de las primeras en subir al vagón que ya se detiene en la vía. ¡He vuelto a acertar! Las puertas se abren ante mí y, mientras me aparto para dejar salir a una marea de gente (¿tantas personas van al centro un miércoles cualquiera a estas horas de la tarde?), llama mi atención la conversación de un par de extraños que se miran con afecto.

— Estás estupenda, mírate, estás estupenda. ¿Qué posibilidades había de cruzarnos?
— ¡Pero tú también estás genial! Estás igual que el día aquel que…

Y aquí acaba, sin duda, una de mis conversaciones robadas favoritas. ¿Que el día aquél, que qué? ¿Serán dos antiguos amantes que acaban de encontrarse por casualidad en la abarrotada ciudad de Madrid? ¿Qué pasó el día aquél que, por su sonrisa, recuerda con tanto cariño? ¿Se despedirán en la puerta de la estación o irán a tomar una cerveza para recordar viejos tiempos? Se me llega a pasar por la mente seguirlos… pero, finalmente, subo al tren y dejo volar mi imaginación hasta llegar a casa.


… qué puedo decir… soy una voyeurista conversacional…

viernes, 21 de abril de 2017

De las cosas sencillas

Una buena canción, una soleada mañana de viernes y un buen plan a la vista para este verano... ¡a veces no hace falta más para sentirse feliz!

Did I say?

miércoles, 5 de abril de 2017

De las ganas

Abrió la boca y una bandada de pájaros salió de ella, alejándose, muy alto, en el cielo.

«¡Con razón me dolía tanto la tripa!»

Eran sus ganas de libertad, pidiendo que les diera alas.

¡Suerte que las escuchó!