martes, 1 de noviembre de 2016

De los solsticios

Philippe Delerm es un escritor francés al que conocí por casualidad. En realidad, conocí primero a su hijo, Vincent Delerm, compositor y cantautor que escuchaba ya en mi época universitaria. A Philippe fui a conocerlo algunos años más tarde, cuando estudiaba el máster en Salamanca, en la asignatura de traducción literaria de francés. Me animé mucho con la grata coincidencia (familia de artistas) y como práctica traduje alguno de los relatos cortos de su obra El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, trabajo con el que disfruté enormemente.

Hoy es el cumpleaños de mi madre y quiero dedicarle un breve relato de este autor que me ha parecido apropiado para la ocasión. Está incluido en su obra Le trottoir au soleil (La acera del sol, no publicada en español). Me estreno con una traducción y espero estar a la altura; después de todo, de entre todas mis aficiones, esta es la que me da de comer:

"21 de marzo: primavera, equinoccio. Buscamos con impaciencia el menor signo de que los días se alargan. El año se desata, todo se acelera. Ponemos rumbo al verano. Pasado el 21 de julio, los días ya empiezan a acortarse, aunque apenas nos damos cuenta. Sin duda, los mejores días del verano están aún por llegar: los paseos por las recalentadas calles, las cenas en las terrazas o en el jardín, a la luz de las velas.
- Y, sin embargo, -siempre hay alguien que hace el comentario, suscitando gestos de reprobación a su alrededor- sin embargo, los días son más cortos...

A los sesenta años hace mucho que pasamos el solsticio de verano. Seguirá habiendo tardes agradables, amistades, niños y motivos de esperanza. Y aún así: tenemos la certeza de haber pasado el solsticio. Puede ser un buen momento para intentar quedarse con lo mejor: una gota de nostalgia se filtra hasta el núcleo mismo de cada sensación, haciéndola más duradera y frágil. Conservar la serenidad en cada instante, con las palabras. Puede que el solsticio de verano sea ya el veranillo de San Martín y que la duda invada las estaciones, los colores. El tiempo no es un juego; no hay tiempo que perder.

Desprender la energía del sol en las palabras. Ya sé lo que podría alegarse en ese sentido: que la esencia está en la sombra, en el misterio, el trayecto nocturno. Además, ¿cómo pretender deslumbrar cuando la humanidad sufre por doquier, cuando el sufrimiento físico y moral, la violencia y la guerra lo invaden todo? Bueno, uno puede querer irradiar luz precisamente por todo esto. Constatar y denunciar son tareas esenciales. Pero digamos que otra cosa es posible. A medida que pasan los días, más ganas tengo de buscar la luz, y con mucho más motivo si esta empieza a desvanecerse. Quiero quedarme en el lado del sol."



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