Que la deje; todo el mundo igual. Que si no me
conviene, que si segundas partes nunca fueron buenas, que si con lo que me
costó dejarla la última vez... Pero nadie se molesta en preguntarme qué quiero
yo. Cuáles son mis motivos. Nadie se da cuenta de que ella es mi luz al final
del túnel. Del túnel de mierda en el que vivo, de los días de dolor, de la
angustia, del frío, la pobreza y el hambre. Joder, si no fuera por ella no
tendría ni un solo motivo para seguir vivo. Y si un día me mata, que me mate.
Me da igual, te juro que me suda la polla. Al menos será una muerte dulce. Y si
alguna vez os habéis metido un pico seguro que sabréis de lo que os hablo. Esa
sensación de flotar, ese bienestar que te atraviesa la médula y se reproduce en
cada célula de tu ser, multiplicando por cien el mejor de los orgasmos que
hayas sentido en toda tu puñetera vida. Así es ella, te eleva a los cielos y te
hunde en el infierno, tres, cinco, seis veces en un mismo día. Por ella haces
lo que sea, te pinchas donde sea, entre los dedos de los pies, en la yugular,
hasta en el rabo si hace falta. Lo único es que, como las mujeres bonitas, ella
también sale cara, la jodía. Pero
siempre hay maneras, uno se las arregla. Pues la alternativa ni se plantea. En
serio. ¿Pensáis que sabéis lo que es un mono porque habéis visto Trainspotting o Réquiem por un sueño? Y una mierda; no sabéis una mierda. Pensad en
la peor gripe que hayáis pasado. Y no me refiero a la mierda esta del
coronavirus, que ya os digo yo que a mí no me va a matar, si no lo han hecho ya
el caballo, el VIH o la hepatitis. Superviviente de los ochenta y aquí estoy,
me cago en mi calavera.
¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, eso, lo del mono. Pues eso, que penséis en la vez que más malos os hayáis sentido, alguna vez que hayáis pensado, «joder, de esta no salgo». O a lo mejor es que nunca os habéis sentido así, niñitos de mamá. Pero ojo, que me alegro por vosotros, ¿eh? De verdad que sí. Bueno, pues coged todo ese malestar, esos dolores infernales de cabeza, de huesos, de articulaciones, esos tembleques incontrolables, los escalofríos atravesándote la espina dorsal, los sudores fríos... y multiplicadlos por infinito. Y no me jodáis los matemáticos. Sí se puede. Os lo digo yo, que lo he sufrido. Y más de una vez. Nadie daba un duro por mí. He enterrado a más amigos de los que tenéis en vuestras ridículas cuentas de redes sociales. Porque hablo de amigos de verdad, no de esos de los que tanto presumís y con los que no sabríais ni de qué hablar, si tuvieseis que tomaros una birra con ellos. Así que no, no la voy a dejar. Al menos mientras siga sin encontrar curro y sin salir del hoyo... No. Mientras siga así, seguiré visitando su luz.
Y ahora, si no os importa, dejadme solo, por favor, que me han dado unas ganas locas de colocarme.
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