sábado, 25 de abril de 2020

Cuento de la bailarina y el dragón


Había una vez, una bailarina que vivía en una cajita de madera que estaba encima de la mesita de noche de Simón. Y cada vez que la cajita se abría, la bailarina bailaba y bailaba, dando vueltas sobre sí misma, al son de la música que salía del interior de la cajita. A la bailarina le gustaba mucho bailar, pero a veces se aburría, porque la música era siempre la misma y además, no salía nunca de su cajita.
Su mejor amigo era un dragón de peluche que vivía encima de la cama de Simón. Pero Simón tenía muchos otros juguetes más modernos y divertidos, con luces y que hacían todo tipo de sonidos, y era con esos con los que más le gustaba jugar. Ya no le interesaban mucho la bailarina y el dragón, porque pensaba que eran de «niños pequeños».
La bailarina, que era muy lista, se había dado cuenta de eso y quería viajar. Ya que Simón prefería jugar con otros juguetes, ella dejaría su cajita y saldría fuera, a explorar el mundo. ¡Era una idea fantástica! Pero cada vez que quería saltar fuera de la cajita, decidida a coger su mochila y marcharse, su amigo el dragón, le decía muy preocupado:
—¡Pero, bailarina! ¿A dónde vas a ir tú solita? ¡El mundo es muy grande y te puede atropellar un coche al cruzar la calle! ¡Y también te puedes perder!
Y así seguía un buen rato, hablándole de todos los peligros que podía encontrarse, hasta que la bailarina se asustaba mucho y se encogía mucho, de tanto miedo que le daba, y volvía a encerrarse dentro de su cajita durante muchos días más, pensando que bailar no estaba tan mal, después de todo.
El tiempo iba pasando y cada vez que la bailarina se sentía preparada para marcharse, el dragón de peluche la convencía de que no lo hiciera. Y como el dragón era su amigo, ella siempre acababa haciéndole caso. Hasta que un buen día, la cajita de la bailarina se abrió y cuando ella empezó a bailar se fijó en que su amigo no estaba encima de la cama. ¿Dónde se habría metido el dragón? ¿A lo mejor se había ido de vacaciones sin ella? ¿Sería posible que hubiera dejado de tener miedo y hubiese emprendido una aventura sin decírselo? Era muy raro... Dragón era muy miedoso... ¡Y además, era su amigo! Y los amigos no se van sin avisar. No, lo más seguro es que le hubiese pasado algo. ¡Seguro que estaba en problemas!
Y cuando la bailarina se dio cuenta de que su amigo podría necesitar su ayuda, ¡no se lo pensó dos veces! Se asomó al borde de su cajita, calculó bien la distancia, cogió carrerilla y... ¡dio un enorme salto y aterrizó sobre la cama! ¡Sí, lo había logrado! Ahora solo tenía que encontrar a su amigo.
Sin pensar en todas las cosas malas que Dragón siempre le decía que podrían pasarle, la bailarina empezó a buscar a su amigo en todas las habitaciones: en el cuarto de la mamá y el papá de Simón, en el cuarto de baño, en el dormitorio de la hermanita pequeña de Simón, en el salón... Pero nada, ¡no había manera! ¿Dónde podría estar? Entonces se dio cuenta de que todavía le faltaba una habitación, al final del pasillo. ¡Claro! ¡Se le había olvidado mirar en la cocina! Y en efecto, ¡allí estaba su amigo! ¡Dentro de la lavadora, para ser más exactos! Dando vueltas y más vueltas, como la bailarina cuando bailaba en su cajita.
Y así estaban los dos, la bailarina mirando a su amigo girar, sin saber qué hacer y el dragón de peluche dando vueltas sin parar, muy asustado dentro de la lavadora, cuando de pronto, la máquina se paró y la puerta se abrió. ¡Con qué alegría se abrazaron al reencontrarse! Aunque claro, como estaba empapado, Dragón puso chorreando a Bailarina. ¡Pero no les importó nada, y los dos daban saltitos de alegría, cogidos de la mano!
Entonces, Dragón miró muy serio a su amiga y le dijo:
—Bailarina, dentro de esa lavadora me he dado cuenta de lo aburrida que tienes que estar siempre, nada más que dando vueltas y vueltas, bailando en tu cajita de madera. Además, has sido muy valiente viniendo a buscarme, a pesar de todas las cosas malas que te dije que podrían pasarte. ¡Muchas gracias, amiga mía! He decidido que te acompañaré en ese viaje y que, juntos, descubriremos muchos sitios bonitos y nos ayudaremos si hubiese algún problema. Igual que tú me has ayudado a mí.
La Bailarina se puso muy contenta y abrazó muy fuerte a su amigo. Y los dos hicieron las maletas y cogieron un autobús a la playa para empezar sus aventuras. ¿Y quién sabe a qué magníficos lugares les habrán llevado sus pasos?

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