De
esos momentos que nos regala la vida, cada día, y que a veces no sabemos
apreciar. Como cuando, medio dormida, alargo el brazo y me topo con tu piel. O
cuando busco tus pies con los míos, sabiéndolos a escasos centímetros, siempre
dispuestos a devolverme las caricias. Moverme con los ojos cerrados al
(habitualmente) lado vacío de la cama para fundirme en un abrazo contigo.
Una noche a tu lado está
llena de regalos. Como el de tu olor en la almohada, tu mano agarrada a la mía o
el sonido de tu respiración. La calma. Contigo duermo mejor y me cuesta menos
trabajo despertarme. El motivo es evidente, pues las luces del alba obran
entonces la mayor de las magias: ¿o acaso existe mejor regalo que abrir los
ojos para mirarme en los tuyos?
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