A pesar de lo que muchos
puedan pensar, lo que me molesta de San Valentín no es no tener pareja. No me frustra
no estar enamorada y no recibir flores en mi oficina. No me incomoda no poder dedicar
en las redes sociales un tierno mensaje a esa persona especial. No lo necesito.
Soy afortunada, recibo muchísimo amor.
Lo que me molesta de San
Valentín es, precisamente, la mercantilización de los sentimientos. Lo que me
incomoda es el negocio del amor, son las decenas de mensajes publicitarios
vendiéndote las mejores escapadas de ensueño, los planes más románticos y los
regalos más originales para sorprender a tu media naranja. Todo al mejor
precio. Porque ya se terminaron las Navidades y se agotaron las rebajas. Y en
febrero hace frío y los bolsillos se quedan en cueros, y se nos habían acabado
las excusas para consumir. Hasta que llegó San Valentín y el capitalismo se
vistió de rojo-corazón, frotándose las manos. Y es que, ya se sabe que el amor
todo lo puede.
Lo que me frustra de San
Valentín es su contribución a mantener viva la llama del amor romántico. ¡Ay!
¡Cuánto daño hace este vil matrimonio entre el capitalismo y el patriarcado! Cuántas
y cuántos de nosotros nos tragamos el cuento del amor eterno, el mito de la
media naranja; cuántas nos creímos la mentira de que el amor nos haría plenas,
felices, de que acabaría con nuestros problemas. A costa de imitar los roles
impuestos, de ajustarnos a los patrones establecidos. Nosotras, dulces, débiles
y comprensivas. Ellos, fríos, valientes y aventureros. Ellos, libres. Nosotras,
sumisas. Lo hemos visto en los cuentos, en las novelas, en el cine, en la
música, en la publicidad, en los vecinos, en la familia… Todo eso no puede
estar equivocado… O quizá sí. Que el amor romántico no es bueno para nadie, es
evidente, pero tampoco es cierto que sea malo para todos por igual. Puesto que,
como buen hijo (bastardo) del capitalismo y el patriarcado, se ceba
especialmente con nosotras. Como no podía ser de otra manera, a nosotras nos
deja la peor parte. Después de todo, somos muchas, así que será mejor tenernos calladitas
y preocupadas por cosas como enamorarnos y casarnos, no vaya a ser que nos dé
por investigar e inventar, o por dirigir países y grandes compañías.
Yo, que me muevo en círculos
que tampoco casan precisamente con las ideas del amor romántico, ayer tuve la
suerte de poder leer no pocas publicaciones orientadas precisamente a la
desmitificación de este tipo de amor. Campañas de concienciación. Mensajes de
empoderamiento y de denuncia de la violencia de género, una de sus consecuencias
naturales. Y ese San Valentín sí me ha gustado. Convirtamos este día en un día en
el que todas reivindiquemos un cambio de esquemas, un amor libre, consciente y
autónomo. Basado en el cariño y la confianza, no en los celos ni la posesión. Porque
amarnos, por amarnos, ya lo hacemos todos los días del año.
Lúcido y aplastante.
ResponderEliminarGran verdad, querida.
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